A favor del bilingüismo

Julio Cortázar

La Nación, Buenos Aires, 7 de febrero de 1980.

 

Esta breve historia es verídica; no lo parece, pero la culpa la tiene la literatura que desde sus orígenes se ha dedicado a darnos gato por liebre y liebre por gato, apunto que a un escritor de ficciones le cuesta un kilo que la gente le crea cuando por una vez cuenta algo que pasó de veras. [...]

Los personajes (viven en una aldea de nombre impronunciable) soñaban desde sus remotos horizontes agrícolas con el viaje que alguna vez harían a París, donde un tío relojero los esperaba para alojarlos y mostrarles la torre Eiffel y otras prominencias de la ciudad. Josef y Anna trabajaron duro para ahorrar lo necesario, produjeron a Yúrek, un bebé rubio que complicaba los planes pero a la vez los embellecía, compraron a crédito un autito de tercera mano, y un día partieron después de recibir instrucciones precisas del tío de París, que habiendo conocido en su día la imposibilidad de hacerse entender en polaco más allá de las fronteras del país, les indicó la mejor manera de resolver el problema. Se trataba simplemente de llegar a las puertas de la capital francesa, dejar el auto en un parking y tomarse el metro (plano adjunto) hasta su casa, evitando así los inconvenientes del tráfico y el laberinto medieval de las calles.

El viaje de la feliz pareja por las sucesivas autopistas no presentó problemas lingüísticos mayores. Apenas arribados y arrobados, Josef y Anna metieron el auto en un enorme garaje donde cambiaron monosílabos y sonrisas por frases incomprensibles y un ticket verde, tras de lo cual bajaron al metro con puesto y con Yúrek, detalle importante este último como se verá luego.

 

Julio Cortázar

Julio Cortázar

 

El viejo tío los esperaba en su modesto departamento donde hubo lágrimas y abrazos y brindis y vodka legítima. A la hora de ir a retirar el auto para traer el equipaje y los regalos de la familia, Josef entregó el ticket verde a su tío que después de mirarlo se puso tan verde como el papel en cuestión y se precipitó escaleras seguido de su sobrino. A lo largo del trayecto en metro Josef trató de comprender lo que pasaba, pero lo único que alcanzó a decirle su tío fue precisamente que no dijera nada e que la Virgen, San Tadeo y la corte celestial, etcétera. A toda carrera se precipitaron en el garaje, y después de un diálogo del que Josef sólo alcanzaba a comprender la desesperación del tío y las gesticulaciones franco-italianas del sereno de turno, los llevaron hasta un patio lleno de tractores y máquinas ominosas. Bajo la luna y algunos vagos tubos de neón vieron multiplicarse decenas y decenas de cubos metálicos de diferentes colores; uno de ellos era el auto de Josef y Anna, sometido al proceso de compresión que es uno de los orgullos de la tecnología francesa para sacar del camino a los autos ya invendibles […].

Ver el fruto de un largo sueño y de lentas economías convertido en un enorme cubo es una horrible experiencia para cualquiera. Y sin embrago, después de las pataletas y los gritos, Josef y Anna tuvieron tiempo para pensar que no debían lamentarse demasiado del siniestro malentendido, puesto que en el momento de su llegada a París el bebé dormía profundamente en el asiento trasero del coche, y los dos habían discutido la posibilidad de dejarlo allí bien arropado mientras iban en busca del tío. Por lo que toca al equipaje, formaba ya parte eterna del cubo junto con los embutidos, botellas y otros regalos. […]

Todo, así, llega a su agrisado final: después de pasar dos días perfectamente espantosos en una ciudad que había perdido toda la significación para ellos, Josef y Anna se volvieron en tren a Varsovia y su historia entró con ellos en recuerdo, pero un recuerdo tan traumatizante que poco a poco se volvió vox populi y todavía es tema de conversación en Polonia; la prueba es que yo fui allá por un congreso en favor del pueblo de Chile, y mire lo que me contaron para alegrar mi estancia. Pero el relato tiene un bello corolario a pesar de todo, porque las autoridades polacas aprovecharon la difusión del episodio para emplearlo como un convincente argumento en favor del aprendizaje de una segunda lengua en todas las escuelas del país. En esta época en que el automóvil se sitúa en lo más alto de la escala de valores tanto al Este como al Oeste, no cabe duda de que los dirigentes polacos dieron psicológicamente en el blanco. Y así, aunque no creo que Josef y Anna vuelvan jamás a parís, otros tendrán caso más suerte, por ejemplo el pequeño Yúrek cuando le llegue la hora de viajar.